lunes, 1 de septiembre de 2014

Las cajas de regalo en las bodas

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Desde que tengo uso de razón y memoria, recuerdo que mi madre colecciona cajitas. Prácticamente le gustan todas: de metal, de cartón, de plástico, de tejidos, de cuerdas... Y el uso que tengan las cajas le es indiferente: tanto le gustan si sirven para guardar pendientes, como ropa, relojes, productos de limpieza, cepillos, ropa interior, canicas, clavos y tornillos, y un largo etcétera.

Siendo una caja, ella es la mujer más feliz del mundo. Esta afición le viene desde pequeñita, y hoy, que ya tiene 67 años, como os podréis imaginar, ha logrado acumular un número importante de cajas. Tiene colecciones de varios tipos y aunque estamos todo el tiempo explicándole que las cajas no le sirven para nada y le ocupan un montón de espacio, ella sigue a lo suyo, comprando todas las que ve. Para hacerle un regalo, eso sí, la gente lo tiene muy fácil. Una cajita coqueta es un regalo asequible, fácil de encontrar y con el que quedas bien. Y encima, a ella la haces feliz como una perdiz. La mayor parte de las cajas las tiene vacías. Otras las tiene además guardadas en el último rincón y ni las recuerda.

El resto las tiene expuestas por las distintas habitaciones y muebles de su casa. De vez en cuando me dice que me lleve unas cuantas porque a ella ya no le caben más. Y yo le respondo que ni hablar, porque al contrario que mi madre, en temas de decoración, soy mini mini minimalista. Adoro los espacios vacíos, ya sean paredes, estanterías, muebles, rincones… Tengo una tendencia compulsiva a quitar trastos de en medio y a tirar a la basura todo aquello que llevo más de dos meses sin usar. En ocasiones me arrepiento de haberme deshecho de alguna que otra cosa, pero en fin. Y volviendo al tema de mi madre y su colección de cajas, lo que quería contaros es que anteayer estuvimos en la boda de su prima María José. María José es todo un personaje.

Éste del otro día era su quinto marido. La señora tiene ya 70 años y no sabemos cómo se las apaña para cambiar de marido con tanta facilidad. Además, cada vez los consigue más jóvenes. Este último, es de treinta y cinco. Imaginaos: un chico la mitad de joven que ella. Dicen las malas lenguas que todo es por su inmensa fortuna, que atrae a las moscas. Pero yo siempre he creído que ella tiene unas increíbles dotes de seducción y un algo especial para los hombres. El caso es que María José y Paco (su nuevo y flamante marido treintañero) organizaron una boda por todo lo alto.

A la hora de los regalos, los contrayentes repartieron entre los invitados unas preciosas cajitas de cartón. Unas tenían forma de carroza, otras de smoking y vestido de novia, otras de silla, otras de pirámide, otra decoradas con una mariposa o una especie de encaje blanco o con corazones… Reconozco que eran lo que se suele decir, una monería.

Dentro llevaban golosinas, pastillas de jabón pequeñitas, bombones, etcétera… Como podréis imaginar, mi madre quedó prendada de las cajitas, pues de ese tipo aún no tenía en su colección. Así que en cuanto pudo, le preguntó a su prima que dónde las había comprado. Ella le explicó que las había encargado en una tienda especializada en ese tipo de detalles para bodas, bautizos, comuniones, y celebraciones del estilo. Ni corta ni perezosa, al día siguiente mi madre los llamó y les encargó una caja de cada modelo, para tener la colección completa.

Yo le digo que un día debería abrir un museo de cajitas y exponer todas las que tiene. Cobrando un eurito por cada visitante, además, se sacaría un buen dinero… Lo malo es que seguro que lo invierte en comprar más cajas, y llegará un momento en que tendrá que buscar un almacén para guardarlas.

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